«Abuelito, ¿vas a venir a tu altar? te quiero ver, te extraño mucho»

Toño Martínez

Octubre 19, 2020

Mientras miraba los preparativos de su familia para instalar el altar del   «Día de Muertos», el niño trepó a una silla para descolgar la fotografía de su abuelo fallecido apenas unos meses antes por contagiarse de COVID, tomarla y correr con ella hasta el patio trasero de su casa, esconderse en el espacio minúsculo entre la lavadora de su mamá y la pared donde se acurrucó.

Puso la foto sobre sus rodillas y con voz impregnada de sentimiento comenzó a platicar con la imagen.

El abuelo se  había tomado es foto en una feria; dónde se vistió al estilo de los años 20’s con un chaleco, sombrerito blanco y corbata colgando a ambos lados del pecho; sonreía.

«Abuelo, ¿dónde estás abuelito? Porque te moriste tan rápido si apenas me  ibas a llevar al parque con la bici y quedaste de comprarme una tarjeta XBOX de doscientos pesos para jugar en la compu.

¡Ay abuelito! te extraño mucho ‘agüe’ y le pido al Niño Jesús que te regrese del cielo…dice mi mamá que hace milagros y le voy a prometer portarme bien… pero ya vente ‘agüe’… El pequeño lloraba despacito porque no quería que lo escucharan.

Apretó los labios y tocó la foto del abuelo con la mano derecha y repitió «te quiero agüe’ vente por el altar», dicen que es por dónde vienen las personas que mueren.

“Tráeme la tarjeta abuelo y luego me llevas también al cine porque ya van a pasar la de  ‘Avenyer ‘. ¿Te acuerdas que prometiste llevarme? 

Un grito rompió su momento de comunión con el abuelo a través de la imagen y el sentimiento.

¡Ricardo! ¿Dónde andas muchacho? Lávate las manos y vente a comer…ándale, pero rapidito porque se enfrían las albóndigas. Era su madre.

El niño le dio un beso a la foto del abuelo, la ocultó bajo su playera y se fue al comedor.

Dos meses antes, ese hombre alegre, optimista de pelo entrecano, con quién había establecido un vínculo muy fuerte de amor porque compartían gustos, jugaban y  le contaba sueños y cuentos, había muerto de COVID.

Fue tan sorpresivo, tan inesperado y cruel que la familia  se preguntaba si todo era una pesadilla.

El pequeño Ricardo no entendía, solo sabía que su » agüe»‘ ya no llegaba para abrazarlo y jugar y por más que se asomaba a la calle todas las tardes  no aparecía.

Ahora esperaba y pedía para que el 2 de Noviembre viniera a través del altar y se quedará con él para  siempre.