Toño Martínez
Mayo 14, 2019
La OMS advierte que serán la primera causa de discapacidad en el Mundo.
Psicofármacos, no son la solución afirman especialistas
Alejandro era un estudiante sobresaliente en un Colegio de Bachilleres; inteligente y amante de los deportes, el joven registraba calificaciones sobre salientes y era muy popular entre sus compañeros, y no se diga entre las jovencitas.
Provenía de una familia disfuncional, con sus padres divorciados, el papá y la mamá tomaron caminos diferentes y solo él y su hermana, madre soltera, se quedaron en casa para enfrentar la vida.
Cuando la mamá murió, el papá simplemente reafirmó una relación sentimental que tenía con otra mujer por la que dejó a la esposa.
El dinero que les asignaba su padre apenas cubría las necesidades básicas pero con todo y eso se las arreglaban para sobrevivir.
Parecía no afectarles más allá de sentirse solos de repente.
Faltando cinco meses para concluir los estudios y cuando comenzaba a buscar opciones para seguir una carrera superior en el Instituto Tecnológico, Alejandro sufrió un extraño cambio de conducta.
Comenzó a sentirse fatigado tras practicar basquetbol o volibol; se le veía ausente y se volvió taciturno; comía poco y apenas soportaba a su hermana y sobrinitos con sus juegos porque su carácter se volvió irascible, impredecible.
En ocasiones estaba contento, juguetón y en otras furioso.
El problema de salud de Alejandro se fue agravando y lo dominaba una especie de rabia contra todo; se salía de su casa a caminar sin rumbo y descuidado de su vestimenta.
Regresaba muy tarde y a gritos pedía a su hermana que le abriera mientras daba puntapiés a la puerta.
Para colmo dejó de asistir al Cobach. Su padre lo encontró un día que caminaba cerca del Hospital Regional, a orilla de la carretera, y lo llevó a su casa.
Pero, al día siguiente el comportamiento del joven empeoró, cuando en un arrebato de desquiciamiento mental tomó a su hermana por el cuello y comenzó a ahorcarla en presencia de los niños que lloraban y le pedían que la dejara.
Solo la intervención de vecinos impidió que la matara.
Avisado, el padre habilitó una habitación al fondo de la casa donde lo encerraron bajo llave, con solo un aparato de televisión, una cama y un ventilador.
Alguien le recomendó que lo llevara al Centro de Prevención de Enfermedades Mentales, donde le diagnosticaron que sufría de depresión y eso lo llevó a la esquizofrenia.
Requería de ser internado en un Instituto de Salud Mental, pero resultaba muy caro, y volvió a su celda del cuarto en la casa, donde solo golpes y gritos desesperados se escuchan.
Es atendido por el servicio de salud pública pero solo mejora por momentos.
El caso de Alejandro, ejemplifica uno de los peores problemas de salud que está viviendo el Mundo, y que en México va en vías de convertirse en la primera causa de discapacidad pues además del desorden mental, la depresión se asocia a enfermedades físicas severas.
De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, el 29% de personas mayores de 12 años sufren depresión ocasional, pero el 12.4% en forma recurrente.
En solo 13 años, se duplicó un 50% el número de personas afectadas por depresión y sus derivados.
A nivel global, la Organización Mundial de la Salud señala que para el próximo año, es decir el 2020, la depresión y enfermedades mentales derivadas serán la causa principal de discapacidad, pero la primera en países que están en vías de desarrollo como México.
Así de enorme es el tamaño de este padecimiento de origen multifactorial, agravado por la incertidumbre, problemas económicos, inseguridad, descomposición de las familias, violencia y alrededor de 44 componentes genéticos.
Lo peor es que la depresión es el principal detonante del suicidio a nivel Mundial y México no se salva. En nuestro país solo en un año -2016-, se registraron 6,370 suicidios relacionados con la depresión.
La mayor parte fueron mujeres las víctimas.
Ocurre con mayor frecuencia entre los 14 a 35 años de edad.
Entendamos por favor, la depresión adquirió dimensiones de epidemia mundial y se le ubica ya en características al nivel del cáncer y la diabetes tipo II.
Es una epidemia no está por demás repetirlo.
Investigadores de diversos países, coinciden en que el consumo de psicofármacos no es la solución.
A la larga producen farmacodependencia y solo tienen efecto temporal.
Alternativas de atenuar y hasta controlar la depresión son fundamentalmente una correcta alimentación alejada de productos grasosos, azucarados en exceso, ácidos, carbohidratos en abundancia que impactan en las neuronas dañándolas.
Obviamente también el consumo de alcohol, tabaco y drogas son precipitadores.
La comunicación, en el caso de los adolescentes y jóvenes, con sus padres es fundamental, así como buenos hábitos para cambiar el estilo de vida.
Los datos estadísticos son fríos, reales, letales; reaccionemos para protegernos contra la depresión, modificando actitudes, alimentación y lo elemental, espiritualidad.