El aterrador ataque de brujas en el barrio “Las Lomas”

Toño Martínez

Juan Mata era un vendedor de ropa y telas que recorría poblados y rancherías rurales de Ciudad Valles allá por entre las décadas de 40´s y 50´s, a pie o a lomo de mula.

Tenía su domicilio en la calle Morelos del Barrio “Las Lomas”, entre la ahora avenida Vicente C. Salazar y la calle Reforma, sector que por aquel entonces era de los más poblados de la ciudad, aunque con baja densidad.

Un lugar tranquilo – en apariencia- el Barrio “Las Lomas” disponía de poca iluminación porque apenas comenzaba a instalarse la energía eléctrica y en las noches ofrecía la oportunidad de observar el cielo limpio de Valles tachonado de estrellas a tal grado que podía observarse incluso el “Camino de Santiago” que no era otra cosa que la vía láctea.

Era una especie de nube de estrellas que cruzaba –como ahora- el cielo de Norte a Sur.

Pero, a Juan Mata, le tocó vivir una de las experiencias más aterradoras que un ser humano pueda experimentar y que casi le cuesta la vida, al ser víctima de espantosos ataques de brujas ahí, en su propio domicilio.

La casa de Juan Mata estaba en el centro de un amplio terreno rodeada de árboles; entre estos sobresalía una ceiba que con toda seguridad tenía más 100 años, y era tan enorme que sobre salía de los demás.

El drama que envolvió a Juan Mata comenzó una noche de Mayo, relató a su hermano Toribio tiempo después, cuando observó bolas de fuego que venían flotando del noreste, por el rumbo de lo que ahora son el poblado Tanzacalte y el ejido Cerro Alto.

Las bolas de lumbre llegaban a la ceiba y se transformaban en una especie de monos negros, changos de rasgos espantosos cubiertos de pelo largo, que lanzaban aullidos, gruñidos pero también capaces de hablar algunos con voz aguda y otros ronca pronunciando toda clase de maldiciones y nombres de demonios.

Presa del miedo, Juan observó que no eran dos ni tres sino varios los monos, como una manada que descendían por el tronco a saltos, y al llegar a tierra corrían hacia su casa pegándose a su ventana para mirarlo fijamente con ojos en color rojo, y hacían el intento por entrar golpeando y jalando la madera del cuadro.

Estos episodios tenebrosos ocurrieron durante varias noches. Los extraños monos permanecían brincando y aullando fuera de la casa por varias horas, y cerca de las tres de la madrugada se trepaban otra vez al árbol donde volvían a convertirse en bolas de fuego y se marchaban.

Juan no había encontrado la manera de protegerse, y tampoco lo comentaba con nadie; tenía miedo que no le creyeran o lo tildaran de loco.

Además, a excepción de la casa de una viejecita frente a su terreno, por la calle Morelos, no había muchos vecinos.

Pero, un viernes, cerca de las 11 de la noche, cuando intentaba dormirse vio a través de la ventana nuevamente a las bolas de fuego que llegaron al árbol; luego se convirtieron en simios y bajaron entre un gran griterío rumbo a su casa.

Tras varias noches de sufrir los embates de los misteriosos monos, Juan decidió hacerles frente pero no tenía arma alguna, solo un viejo machete sin filo y de punta roma.

Los changos comenzaron a golpear el cristal de la ventana para meterse, y esta vez lograron hacerlo rompiendo el vidrio y las cintas de maderas que lo cruzaban.

Juan tomó el machete y se defendió atacándolos; las bestias saltaban por la casa, las paredes, el techo, derribaban cosas, pero Juan sintió una rara energía un valor que no conocía y arremetió contra los diabólicos animales.

Algo pasó, tal vez el pavor le dio fuerza y valor y siguió lanzando tajos por todos lados, y sucedió lo insólito; las criaturas horrendas comenzaron a huir, bueno, menos uno que era el más agresivo.

El chango se metió debajo de su cama entre estridentes chillidos, pero Juan lo golpeó hasta hacerlo salir.

Luego lo arrinconó en una esquina de la casa donde le asestó violentos golpes en el cuerpo, pero para aumentar su temor -relató- , le daba la impresión de estar golpeando a un muñeco de hule.

Los golpes se hundían en su cuerpo pero no lo herían.

Al cabo de un rato, el engendro dio un salto enorme hacia la ventana, trepó el árbol y se trasformó otra vez en fuego.

A la mañana siguiente, cuando salía con el bulto de ropa sobre su hombro para vender, escuchó que la viejecita de la casa de enfrente le llamaba, pero no le hizo caso y siguió su camino.

La ancianita salió y lo siguió hablándole; ante la insistencia Juan la siguió a la casa y ahí, para su sorpresa, escuchó que la mujer le decía “te están atacando las brujas ¿verdad?”

Juan no contestó y agachó la cabeza.

La anciana insistió y le dijo: “Mira, sé lo que está pasando, hay una bruja que te quiere matar porque algo pasó, tal vez no le quisiste fiar un vestido o le cobraste una deuda y eso la molestó mucho”.

“Vive”, continuó, “en Estación 500- lugar ubicado al poniente de la ciudad, donde los trenes hacían parada para subir pasaje-, “pero te voy a ayudar para librarte del conjuro que te lanzó porque yo también soy hechicera”.

Vas a hacer lo que te diga, por más duro que sea.

La mujer le dijo que lo primero era llevarlo a la casa de la bruja en Estación 500; al llegar a la casa tocaron la puerta, la llamaron a gritos pero nadie salió.

Durante el camino de regreso a Valles, la anciana le dijo a Juan que haría un trabajo de protección, pero que tenía que permanecer treinta noches despierto; que no se durmiera porque entonces los changos demoniacos podrían atraparlo y llevarlo al sacrificio planeado por la bruja.

Desde esa noche y mediante un esfuerzo titánico, Juan permaneció en su casa sin dormir; agotaba jarro tras jarro de café para espantar el sueño y procuraba estar de pie.

Durante la última semana sintió que no podía resistir más, pues los párpados parecían de plomo, le pesaban enormemente y hacia esfuerzos sobre humanos para permanecer despierto.

Y llegó el día 30; la anciana llegó a su casa, entró –no supo cómo-, después de quemar incienso al pie del árbol, le dio un brebaje y le practicó una limpia con yerbas de hoja ancha mientras pronunciaba frases y oraciones y le dijo: ”Pasó el peligro, te salve la vida; esos seres del infierno mandados por la bruja ya no te molestarán más porque ella es la que va a morir”.

Juan, que estaba muy desmejorado, enflaquecido y actuaba como sonámbulo durmió casi 24 horas, de corrido, creo que ni siquiera se movió de la posición en que quedó.

Mientras tanto, allá en “Estación 500”, vecinos encontraron el cuerpo de la bruja recostado boca abajo sobre el tronco de un árbol.

La mujer había muerto, y a nadie le interesó saber porqué o de qué.

Juan siguió viviendo en el Barrio “Las Lomas” y volvió al comercio.