Por: Profr. Marcelino H. Martínez
Cada año, el anuncio del aumento salarial al magisterio se recibe con expectativa y esperanza. Es, para muchos docentes, el momento en que el gobierno y las dirigencias sindicales se sientan a negociar lo que llaman la respuesta salarial, una noticia que suele darse a conocer con bombo y platillo cada 15 de mayo, Día del Maestro. Sin embargo, la alegría inicial se desvanece pronto, porque lo que en el papel parece un beneficio, en la práctica termina siendo un espejismo.
El incremento, que debería representar una mejora sustancial en el poder adquisitivo de los docentes, se diluye entre impuestos, descuentos y cuotas, compra de materiales para realizar su propio trabajo docente, que terminan dejando poco o nada del aumento real. A la deducción obligatoria del ISR se suman las cuotas sindicales nacionales, y delegacionales, algunas de las cuales se presentan como “voluntarias”, aunque en la práctica se vuelven casi obligatorias, si se quiere acceder a ciertos apoyos o beneficios.
A lo anterior se agregan las cooperaciones que surgen a lo largo del ciclo escolar, la posada, el Día del Maestro, la jubilación de un compañero, o incluso los materiales de trabajo que muchas veces los propios docentes deben costear de su bolsillo. Paradójicamente, que en algunos niveles educativos no reciben los pagos de manera oportuna, incluso los maestros jubilados siguen aportando cuotas para permanecer en la estructura sindical , por enventos sociales o para realizar trámites ante instancias centrales.
El resultado es un escenario preocupante, un sector que, pese a ser pilar del desarrollo social y cultural del país, enfrenta una constante presión económica. Muchos docentes ven comprometido su ingreso quincenal y mensual, afectando no solo su estabilidad financiera, sino también su motivación y su bienestar.
No se trata de negar el esfuerzo del Estado por mejorar los sueldos, ni de desconocer el papel histórico del sindicato en la defensa de los derechos laborales; se trata de poner sobre la mesa una realidad evidente, el aumento al magisterio se esfuma antes de llegar al bolsillo del maestro.
El reto está en revisar con seriedad los mecanismos de negociación, transparentar las cuotas sindicales y dignificar verdaderamente la labor docente, no solo con discursos conmemorativos, sino con políticas justas, sostenibles y libres de cargas que terminen por anular el esfuerzo de toda una vida dedicada a enseñar.
Porque un maestro bien reconocido, sin presiones económicas ni cuotas innecesarias, puede concentrarse en lo esencial, formar mejores ciudadanos para un México más justo, más preparado y más consciente.
Hay que luchar por el verdadero reconocimiento de los Maestros y Maestras de México.