El coronavirus quiebra el mundo feliz de Vero

Toño Martínez

Junio 17, 2020

En su mundo especial, generalmente feliz, candoroso y alegre por el Síndrome de Down, pudiéramos suponer que Vero (Verónica) no entiende de los problemas del mundo ni afectarían su estado emocional; pero víctima también del aislamiento obligado por el Coronavirus que la arrancó abruptamente de disfrutar sus almuerzos de antojitos, los paseos vespertinos para saborear el café capuchino, el frappé con su rebanada de pastel, así como de los ensayos de disciplinas artísticas en un grupo de arte, se dobló.

Una tarde mientras comía y todo parecía estar en orden, Vero hizo a un lado violentamente el plato y expresó: “No aguanto más… ese ‘corovirus’ me tiene harta, harta porque no me deja salir”.

De sus ojos escurrieron lágrimas de impotencia mientras se llevaba las manos a la cara y se paraba de la silla para dirigirse a la puerta.

Por la tarde no hizo caso a su costumbre de jugar en su Tablet y gozar de sus videos musicales conectados mediante bluetooth a una bocina para aumentar el volumen: se sentó en la mesa que usa en el patio para dibujar y construir frases y ahí se mantuvo en silencio garrapateando algunas líneas.

A dos meses de encierro, Verónica comenzó a preguntar a sus padres que era eso del “corovirus” porque escuchaba en los noticieros y televisión que constantemente hablaban de esa enfermedad o miraba escenas de médicos y enfermeras vestidos de pies a cabeza con trajes blancos y caretas que llevaban a personas en camillas o les estaban colocando respiradores.

Ha sido tan abrumador el manejo del tema, que hasta el mundo feliz de las personitas como Vero se está quebrando.

El “Quédate en casa” pasó de ser una norma de protección para evitar contagios del COVID19, a convertirse en un suplicio, en un delirio emocional, para generar estados de depresión cada vez más agudos y la consecuente ansiedad entre adultos, niños y ancianos.

Y es que no viene solo; el encierro trae aparejados la falta de dinero para cubrir necesidades porque aun cuando miles o millones de personas reciban asistencia económica del Gobierno federal, apoyos alimentarios del Estado, municipios y organizaciones de todo tipo, no es suficiente.

La situación ha llevado a una difícil encrucijada al Gobierno y al sector salud; por un lado, el virus mortal sigue galopando por el Mundo y en el caso de San Luis Potosí, en números fríos había cobrado hasta el recuento del miércoles por la mañana la muerte de 120 personas de todas las edades y condición social, y el contagio de 1895; en todo el país fallecieron en ese mismo lapso 18 mil 310 mexicanos y había 154,863 contagiados.

Por el otro, la paciencia de la gente llega a su límite y comenzaron a romper el aislamiento, mientras que los negocios retoman actividades gradualmente porque la descapitalización es ya insostenible y van a la quiebra por miles.

La disyuntiva es, seguir en casa para caer presa del estrés con sus consecuentes manifestaciones de violencia familiar y desesperación, o salir a jugarse la vida si no respetan las medidas de seguridad contra el COVID.

Es decisión personal porque el Gobierno no puede obligar a retener a nadie en sus domicilios; pero tampoco permitir que la gente siga llenando hospitales, contagiándose y hundiéndose en tragedias.

Lo sensato y práctico es un punto medio basado en el sentido común y un vistazo somero a la realidad de la pandemia; salir es jugar a la ruleta rusa si no se toman las medidas personales de protección contra el monstruo que acecha por todos lados; no salir es exponerse a crisis familiares o personales de sombrías consecuencias.

El caso de Verónica es un ejemplo del impacto negativo de las necesarias acciones de protección, pero también del efecto de suprimir el orden natural que había antes del Coronavirus.

Tome la decisión correcta, analizada no de golpe; es su salud, la de su familia de su entorno.