El dinero no lo es todo en la vida

Por: Rogelio Lizcano Hernández

Hace algún tiempo leí un libro biográfico de Kim Woo-Choong, fundador de la transnacional Daewoo, empresa que en su tiempo logró ser la segunda más importante de Corea del Sur destacando en la fabricación de automóviles, barcos y componentes electrónicos.

Resulta realmente sorprendente la manera en que este magnate coreano, quien de niño era muy pobre y vendía periódicos en los mercados para ayudar al sostenimiento de su familia y que más tarde, en asociación con un compañero de la universidad, inició su empresa en un garaje, llegó a crear este consorcio que se expandió por todo el mundo.

Cuenta este señor que, siendo un niño pobre, al igual que otros semejantes a él, acudía a vender periódicos a un mercado del barrio donde vivía y procuraba llevar cambio para, de esa manera, entretenerse el menor tiempo posible para atender a cada cliente; pero, aun así, otros chicos le ganaban parte de la clientela. Entonces se le ocurrió una idea brillante: pasaba corriendo entre los puestos lanzando un ejemplar del periódico en cada uno y, al terminar, se daba la vuelta solo para cobrar en cada uno de los locales, logrando así la mayor venta y ganando a sus compañeritos.

Relata que después de terminar su carrera universitaria en ingeniería electrónica, junto con un compañero de estudios, iniciaron su incipiente negocio en el garaje de su casa y el negocio fue creciendo paulatinamente, hasta convertirse en una de las empresas más grandes de Corea del Sur y más tarde, en una de las transnacionales más importantes del mundo. Una vez que logró posicionarse como un empresario triunfador, se enamoró tanto de su trabajo, que era toda una obsesión para él acrecentar su negocio cada día.

Me entusiasmó leer su trayectoria triunfal hasta ese punto; pero ya no me gustó tanto cuando él mismo testimonia en una entrevista que le realizaron, que no podía estar ya sin trabajar, que no quería invertir su tiempo en algo que no fuese acrecentar su negocio y por eso ya no desayunaba tranquilamente en su casa, como correspondería a alguien que ya ha conseguido un lugar importante en la sociedad, alguien que había amasado una fortuna suficiente como para sostener a varias generaciones que le sucedieran y así, en lugar de desayunar y disfrutar de esos preciosos momentos en su casa, prefería ir comiendo un sándwich por el camino, mientras conducía su auto a su oficina; cuando viajaba por cuestión de negocios, sacaba su computadora portátil para trabajar mientras volaba de un lugar a otro; que no celebraba su cumpleaños ni los de su familia; que ya no recordaba la última vez que los había llevado de vacaciones o aun concierto.

Es entonces cuando uno se pregunta: ¿Eso es vida? ¿Vale la pena llevar una vida tan miserable con tal de obtener más y más dinero? Pensando en esto, quise ofrecerles a quienes esto leen, la siguiente frase célebre:  

“Quienes creen que el dinero lo hace todo terminan haciendo todo por dinero”: Voltaire

Desde luego que no pretendo con esto desmoralizar a nadie, pues sabido es que el trabajo dignifica al hombre y que no hay nada tan valioso como el amor al trabajo. Bien lo dijo el apóstol Pablo: “El que no trabaje, que no coma”, refiriéndose a algunos miembros de la congregación de Tesalónica que se habían dado a la holgazanería, atenidos a que en la comuna cristiana primitiva se repartían todos los bienes por igual.

Sin embargo, como todos sabemos, los extremos son peligrosos y no debemos exagerar en ninguna de nuestras actividades dándole mayor énfasis a una, sino valorando cada una de ellas en su justa dimensión. Podemos decir que nuestra vida comprende varias esferas: una de ellas es el trabajo, otra el esparcimiento y el descanso y una más la convivencia familiar y debemos sostenerlas en equilibrio para llevar una vida saludable y en armonía.

Después de todo, y ya que estamos en el terreno de las frases célebres o de los dichos populares, recordemos aquél refrán que expresa: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, que hace alusión a que no deben ponerse las velas tan cerca de la estatua del santo porque podría llegar a quemarse; pero tampoco tan lejos porque quedaría a oscuras. En otras palabras: no exagerar en ninguna de nuestras actitudes en la vida.