Tamazunchale no se camina, se sobrevive. Se escucha antes de verse: es un rugido entre montañas, un canto desafinado de cláxones, gritos, motores, reguetón a deshoras y rezos que se escapan por las rendijas de las puertas entornadas. Desde lejos parece un cuadro naïf, pintado con dedos sucios de tierra, colores vivos y sin proporción. Pero de cerca… de cerca duele. Como una espina de limón clavada en la planta del pie.
Las calles son serpientes de concreto que se retuercen entre los cerros. El calor, un dios pagano que exige sacrificios de sudor y paciencia. Las motos, aves metálicas, cruzan la ciudad como si el destino fuera el infierno y quisieran llegar temprano. Y dentro de cada casco: una mente en fuga. Y fuera del casco: un corazón que arde con la idea de ser más. Más rápido, más fuerte, más cabrón, más caballero, más de todo, aunque no se sepa exactamente para qué.
Tamazunchale no se estudia, se interpreta. Y aún así, escapa. Como la salvia que se arrastra por las banquetas rajadas. Como el olor a drenaje que se mezcla con el perfume de las muchachas que se van al antro con la esperanza de bailar su destino lejos.
Hay un niño. Tiene los pies descalzos y los ojos como espejos empañados. Camina entre puestos de fritangas, entre nylon y cables de Telmex que cuelgan como telarañas modernas del cielo cansado. Mira hacia el mirador, ese balcón que promete belleza, pero que contempla un río que ya no canta: es agua negra que corre como corre el tiempo en este pueblo: rápido, sucio, y sin regreso.
Y, sin embargo, algo vibra bajo sus pies. Como si Tamazunchale no estuviera dormido, sino esperando. Porque a pesar del ruido, del tráfico desbocado, del caos cotidiano, hay una energía latente que no es violencia, sino potencia. Una vibración cruda y ancestral, una furia hermosa de vida que, si alguna vez se ordena, si se dirige con conciencia, podría ser fuente de desarrollo, de grandeza, de futuro. No falta talento, ni amor, ni fuerza. Falta canal. Falta cauce. Tamazunchale tiene todo para brillar, pero necesita saberse digno de su propia luz.
El niño no sabe si lo que escucha es verdad. Cada quien tiene una. Y se defienden con uñas y memes. Unos dicen que hay que cambiar el sistema, otros dicen que hay que cambiar de pareja, algunos solo quieren cambiar de celular.
Pero el niño se pregunta: ¿quién soy? Porque en este pueblo nadie tiene tiempo para saberlo. Se nace con prisa. Se vive con deuda. Se ama con miedo. Se pelea con rabia. Y se sueña con salir… aunque no se sepa a dónde.
Las manos del pueblo son manos viejas en cuerpos jóvenes. Manos de tablaroca, de lodo, de tianguis y de tiempo perdido. Manos que empujan, que cargan, que venden, que gritan. Manos que no han aprendido a acariciar sin dolor.
Tamazunchale es un poema sin corregir. Un ensayo de barroco emocional. Un Max que quiere razonar, un Habife que quiere inspirar, pero donde pocos tienen tiempo para leer.
El niño mira todo con la certeza de que lo real también puede doler bonito. Y sabe que hay que cambiar. Pero no al otro, sino al que ve en cada charco. Cambiar desde la identidad, desde el silencio que escucha, desde el llanto que empuja.
La esperanza está en la esquina, no en los discursos. En el que decide detenerse en el tráfico no por miedo, sino por respeto. En la que se pone el casco no para evitar la multa, sino para seguir viva.
Tamazunchale necesita menos promesas y más terapia. Menos ruido y más reflexión. Menos “el más mejor” y más humanidad. Y ese niño, con los ojos como lunas nuevas, lo sabe.
No necesita que se lo digan. Solo quiere que alguien lo escuche. Y lo abrace, antes de que aprenda a correr como todos.
Porque si algo puede salvar a este pueblo de sí mismo, es un niño que, aún con miedo, decida no dejar de sentir. Y que su primer paso hacia adelante, no sea una huida, sino un regreso. A sí mismo. Al nosotros. Al porvenir.
Realidad estadística: pobreza en México
Según el Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2024 del CONEVAL:
– El 36.3% de la población (46.8 millones de personas) vive en situación de pobreza.
– De ellas, 9.1 millones (7.1%) están en pobreza extrema.
– Las carencias sociales más comunes:
– Falta de acceso a la seguridad social (50.2%).
– Falta de servicios de salud (39.1%).
– Rezago educativo (19.4%).Inspiración mundial: bienestar como derecho
Desde una perspectiva científica y cultural, el concepto de Buen Vivir o Sumak Kawsay, adoptado en las constituciones de Ecuador y Bolivia, promueve un equilibrio entre lo humano, lo colectivo y la naturaleza. No se trata de “tener más”, sino de “vivir mejor”: con dignidad, sentido, armonía.
Un caso de éxito global es Finlandia, con uno de los índices más altos de felicidad mundial, gracias a un modelo de educación inclusivo, participación ciudadana activa y cohesión social. Como escribió Pekka Himanen: “La verdadera riqueza de una nación está en su capacidad de construir relaciones humanas dignas.”
¿Y si Tamazunchale fuera capaz de eso?¿Y si el niño lo fuera?¿Y si ya lo es, pero aún no lo sabe?