Adrián del Jobo Ponce
19 abril 2024
Sociedad
Con la capacidad de la ubicuidad, entender los tiempos, aprender a vivirlos, desde el abrir de los párpados y la recepción de fotones en los ojos, hasta la neurogénesis que marca los comienzos, que nos conecta con una percepción más grande de la existencia y se agrega a la historia que nos hace vivir en el pasado y presente, que prepara para dejar un legado a las nuevas generaciones; por el cual seremos recordados.
En la vastedad del universo, en el canto de los ríos y en el susurro del viento, resuena el alma de México, impregnada de una riqueza cultural que se entreteje con la esencia misma de la existencia. Desde la tierra fecunda de la Huasteca Potosina hasta las altas tierras del altiplano, la identidad mexicana se nutre de una diversidad que es a la vez su fortaleza y su tesoro más preciado.
En este mágico rincón del mundo, donde los dioses antiguos aún habitan en los corazones de la gente, se teje la historia de nuevos comienzos y cierres de ciclos, un ciclo eterno que se refleja en el fluir de las estaciones y en el renacer constante de la naturaleza. Los antiguos sabios mexicanos, desde los poetas nahuas hasta los filósofos toltecas, nos legaron un conocimiento profundo sobre el arte de cerrar capítulos y abrir nuevos senderos en la vida.
Como el Ave Fénix que resurge de sus propias cenizas, el metanoeo, el cambio profundo del corazón y la mente, se manifiesta en las diferentes culturas de los pueblos y del mundo entero. En la filosofía náhuatl, nos enseña que cada amanecer es una oportunidad para renacer, para dejar atrás lo viejo y abrazar lo nuevo con renovado ímpetu, como el papán huasteco, anunciando el dicho y posnosticando el hecho, ese sonido que es escuchado por ser reconocido, por ser de la misma naturaleza, que es la vida.
Desde los versos de Octavio Paz hasta las reflexiones de Sor Juana Inés de la Cruz, la literatura mexicana nos invita a contemplar la fugacidad de la vida y la trascendencia de los momentos de transición. En la música de la Huasteca, en sus sones y huapangos, escuchamos el eco de un pueblo que celebra la transformación y la continuidad de la vida a través del ritmo de sus danzas como un punto de apoyo.
Así, en cada ritual, en cada fiesta, en cada ciclo agrícola, la liturgia de los mexicanos danzan al compás del tiempo, honrando la sabiduría de sus ancestros y abrazando la promesa de un futuro lleno de posibilidades. En la Huasteca Potosina, donde los ríos cantan y las montañas susurran secretos ancestrales, encontramos el reflejo, donde los nuevos comienzos y los cierres de ciclos son parte de un tejido cósmico que une al hombre con el universo…
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