Por: Profr. Marcelino H. Martínez
En los últimos años, el estrés y la presión laboral se han convertido en una constante entre muchos docentes y trabajadores de la educación. La noble tarea de enseñar, que debería ser fuente de satisfacción, vocación y crecimiento, hoy se ve opacada por una realidad que desgasta el cuerpo y el alma.
La carga de trabajo se ha incrementado de manera preocupante, a las horas de clase y las planeaciones se suman a una infinidad de programas, reportes y actividades administrativas que poco tienen que ver con la esencia educativa.
Muchos maestros sienten que el tiempo se les va llenando formatos, cumpliendo metas y atendiendo exigencias que poco aportan al aprendizaje real de los estudiantes.
A ello se añade un problema silencioso: la falta de empatía y liderazgo humano en algunas direcciones escolares. El exceso de autoritarismo, la poca comunicación y la falta de reconocimiento generan ambientes tensos, donde el miedo reemplaza la motivación. Y cuando el trabajo deja de ser un espacio de desarrollo, se convierte en una fuente de ansiedad, agotamiento e incluso surgen enfermedades crónicas, ( clic.hay estadísticas).
Es momento de reflexionar y actuar. Cuidar la salud emocional de los docentes es también cuidar la calidad educativa. Un maestro tranquilo, valorado y escuchado enseña mejor; un maestro bajo presión solo sobrevive entre tareas y exigencias.
Humanizar el entorno escolar es una tarea urgente, reconocer el esfuerzo, fomentar el trabajo en equipo y recordar que la educación nace del corazón, no del exceso de papeles.Que muchos Docentes, después de su jornada educativa se llevan a casa.