Evitar el caos.

Por: Octavio César Mendoza

Noviembre 20, 2025

El maravilloso, hermoso y complejo país en el que habitamos comenzó a manifestar movimientos políticos telúricos muy anticipados a la elección del 2027. El detonante fue el asesinato de Carlos Manzo, hasta hoy impune a pesar del impacto emocional que produjo. De a poco, entre el machismo exacerbado e insultante groseramente vertido contra nuestra presidenta y el hambriento afán de generar una percepción de crisis inmanejable por parte de intereses oscuros y perversos, la institucionalidad de la patria fue puesta en jaque. Marchas legítimas o dirigidas, fallas en el sistema de análisis de la información producto de la oxidación de las fuerzas armadas, acusaciones directas a opositores y gobernantes, desafío de grupos del crimen organizado a los planes de acción y reacción, y un incremento alarmante en la cifra negra de extorsiones en cerca del 80% del país (según datos de COPARMEX) son un caldo de cultivo propicio para la ingobernabilidad. Vaya reto.

Tal vez ese riesgo sea minimizado por estrategia mediática, pero no deja de ser un riesgo creciente si no se le ataja, y seguramente las áreas de gobernación de todas las esferas de gobierno están operando con los sectores sociales para identificar in situ las parcelas susceptibles de incendio y los portadores de las antorchas. La enorme cantidad de frentes obliga a una inteligente y muy precisa ejecución de planes no sólo enfocados a apagar el fuego, sino a generar una nueva arquitectura social donde se replieguen a su mínima expresión los poderes fácticos más corrosivos del tejido social. Sí, se trata de atender las causas esenciales del problema, no hay duda, pero también de cortar de tajo los flujos de recursos monetarios, bélicos y de movilidad de los generadores de violencia y sus terratenientes y compinches, y eso depende de la participación de expertos a los que sí o sí hay que escuchar, de la recuperación de la confianza ciudadana en los cuerpos de seguridad y justicia, así como del uso de innovaciones tecnológicas que permitan identificar y extraer de sus hábitats, con inteligencia y sin daños colaterales, a los enemigos de la dignidad humana. Y sí, también de colaboración de y con otras naciones, sin que eso sea visto como un atentado a nuestra soberanía.

Aquí parece que lo sabemos todo, pero un servidor no hace sino reproducir lo que he escuchado de muchas, muchas personas con las que hablo a diario, desde académicos, taxistas, empresarios, hombres de fe, comerciantes ambulantes, policías, profesionistas, obreros, estudiantes, hasta el más vasto etcétera de mi curiosidad. Ellos son mis informantes, quienes afirman lo aquí escrito. Así que reitero que hacer una política de desarrollo social no lo es todo cuando las economías secundarias de las organizaciones criminales se desplazan tierra adentro de este México doliente, al ver disminuidas sus ganancias derivadas del trasiego de estupefacientes y personas y, por ende, al afectar en mayor medida a los propios mexicanos a través de delitos que profundizan el sentimiento de rechazo hacia las políticas gubernamentales de seguridad. El resentimiento social, antes emergido de la desigualdad, ahora brota de la injusticia y la impunidad; porque un pueblo que no se siente protegido por la autoridad constitucional, se siente bajo permanente amenaza de quienes matan, secuestran y extorisonan.

Por ello es de altísima importancia reconocer que esta es una tarea que requiere de muchas cabezas, manos y voluntades, de valor y de valores; pero también es necesario demostrar que es posible lograrlo si se parte de bases científicas, análisis correctos de la realidad, estudios estratégicos, y una aparentemente fría observación de diversos fenómenos como la compra de conciencias y las amenazas hacia quienes actúan con honestidad. La intención debe ser evitar el caos, el contagio de los efectos regionales de exacerbación de la violencia, y el consecuente debilitamiento estructural que puede provocar dos escenarios: caer en la tentación del autoritarismo para obligar a respetar el monopolio de la violencia del poder gubernamental, o en la balcanización institucional que deriva en guerrillas, luchas violentas por los recursos, y más y más temor colectivo. Una espiral en forma de cinta de Moebius, por decirlo de forma metafórica. Y no es exageración, amigas y amigos, sino advertencia de hasta dónde pueden llevar la prolongación y el apalancamiento de las autocracias forzosa hechas de plomo y plata.

Por fortuna para el pueblo potosino, aquí poseemos una consciencia social que hemos heredado de diversas etapas críticas a lo largo de nuestra historia, y una alta sensibilidad de quienes hoy ostentan el poder al más alto nivel, sabedores de que aquí vivirán sus hijos y nietos, y hay que seguir trabajando para que lo hagan en paz y properidad. El factor humanista, como principio rector de la actuación de quienes ejercer el poder, es la herramienta básica para corregir el mecanismo social: hay que negociar con las ideas fijas para pensar más allá del interés personal o político, y reconocer que un estado es una casa donde resulta imposible vivir en un bunker durante el resto de la vida post gubernamental. Ningún ser humano puede aspirar a otra cosa que volverse sabio y generoso al paso del tiempo, y con más razón al dejar el mando.

Dice el lugar común que tras la tormenta viene la calma, y así será porque teniendo el honor de conocer a muchas de las personas involucradas en las antemencionadas y diversas esferas de gobernación, sé que su amor por México, su notable inteligencia que los ha colocado donde hoy se encuentran, su trabajo dedicado y sin descanso, y su valiente condición de defensores de la justicia y la paz, los llevará a imponer el peso de la Ley sobre quienes desean no sólo revolver el río, sino sacarlo de su cauce.

Tenemos mucho trabajo por hacer. Esto es tarea de todos. Hay que comenzar por seguir creyendo en el bien común y en la férrea voluntad del pueblo mexicano por salvarse a sí mismo de sus demonios. Que sobren los héroes en las escuelas, los hogares, las empresas, las oficinas, en el campo y la ciudad, para que nuestro país siga siendo ejemplo de solidaridad y resiliencia. Basta de pensar que de esta crisis sólo va a salir perdiendo el gobierno en turno, basta de promover el derrocamiento y basta, también, de tolerar la indiferencia de quienes no actúan y sólo se victimizan. Nos tocó una responsabilidad muy grande que no admite excepciones, una circunstancia histórica que demanda pasión y compromiso, y hay que comenzar por la autocrítica necesaria para saber en qué nos hemos equivocado y en qué medida somos capaces de aportar ideas prácticas que nos lleven a recuperar la sensación de vivir bajo el cobijo de la Ley y las instituciones. Esta es una de las mayores pruebas morales del México moderno.