Por: Disidente
Por demasiadas generaciones, las ciudades han sido diseñadas desde una sola mirada: la del adulto. Calles llenas de autos, parques sin juegos, oficinas con letreros que prohíben la entrada a niños, y políticas públicas que rara vez escuchan sus voces. Este fenómeno, conocido como adultocentrismo, ha invisibilizado a la niñez en la toma de decisiones sobre los espacios que también les pertenecen.
En países como Noruega, Países Bajos o Nueva Zelanda, los gobiernos han comenzado a revertir esta tendencia con políticas urbanas que priorizan la participación infantil en el diseño de espacios públicos. Existen programas donde los niños opinan sobre el color de sus calles, los juegos de los parques o las rutas seguras para llegar a la escuela. Son ejemplos que demuestran que incluir a la niñez no solo mejora su bienestar, sino que transforma las ciudades en entornos más empáticos, creativos y seguros para todos.
En México y América Latina urge adoptar esta visión. Los gobiernos locales podrían crear consejos infantiles de participación ciudadana, programas de diseño urbano con perspectiva infantil, y espacios públicos co-creados con niñas, niños y adolescentes. Escuchar sus ideas no es un gesto simbólico: es reconocer su derecho a participar en la vida comunitaria y a disfrutar de entornos que fomenten su desarrollo integral.
Romper con el adultocentrismo no se trata de hacer espacio para la niñez, sino de construir un país donde todos —sin importar la edad— tengamos lugar, voz y pertenencia en los espacios que compartimos. Porque una ciudad que escucha a sus niños, es una ciudad que se prepara para un futuro más justo y humano.