Profr. Marcelino H. Martínez
Diciembre 28, 2025
En toda democracia, el ciudadano es el eje central de las decisiones públicas.
Con su voto define el rumbo de su comunidad, de su municipio y de su estado. Esa responsabilidad, sin embargo, no siempre se ejerce con la reflexión que exige el momento histórico que vivimos.
En muchos procesos electorales, aún prevalecen las promesas vacías, los discursos repetidos y las narrativas que solo buscan ilusionar sin sustento real.
En el ámbito local y estatal, esta práctica se vuelve más evidente y más dañina.
Aparecen una y otra vez los mismos personajes, reciclados de campaña en campaña, que prometen lo que no cumplieron cuando tuvieron la oportunidad de gobernar.
Más grave aún es cuando otros sustituyen las ideas por el escándalo, falta de respeto y la ofensa y el debate con esa confrontación.
Ese estilo no representa fuerza ni carácter; representa carencia de preparación y visión pública.
La política no puede ni debe normalizar el lenguaje agresivo, la descalificación constante ni el desprecio hacia quienes piensan distinto.
Cuando se tolera ese comportamiento, se envía un mensaje equivocado a la sociedad, especialmente a niñas, niños y jóvenes, que observan cómo la falta de educación cívica se convierte en una herramienta política.
El ejemplo que se da desde el poder también educa, para bien o para mal.
Querer Gobernar exige más que popularidad momentánea.
Requiere formación, capacidad de diálogo, conocimiento del entorno social y un compromiso ético con la ciudadanía.
No se puede aspirar a dirigir comunidades enteras sin saber escuchar, sin saber expresarse y sin comprender que el servicio público es una responsabilidad, no un escenario para la confrontación personal.
Hoy vivimos otros tiempos. La ciudadanía es más informada, más crítica y más consciente de su fuerza.
Por ello, no debe permitirse que lleguen a gobernar personas sin preparación, sin cultura cívica y sin el mínimo respeto por la sociedad a la que pretenden representar.
Elegir autoridades no es un acto de enojo ni de costumbre; es una decisión que define el futuro inmediato de nuestras comunidades.
La moneda está en el aire.
Elegir para construir o elegir para dividir.Elegir para elevar el nivel de la vida pública o seguir tolerando la ofensa como forma de hacer política.
La democracia comienza en las urnas, pero se sostiene en la conciencia ciudadana.
Y hoy, más que nunca, elegir bien es una obligación moral con nuestra comunidad y con las generaciones que vienen detrás.Hay que saber elegir.