Por: Profr. Marcelino H. Martínez
Noviembre 24, 2025
Hablar de lo que daña a México es mirar de frente una herida que viene abierta desde hace siglos. Nuestro país ha sido sometido, explotado y despojado desde su conquista, y aunque gobiernos van y gobiernos vienen, el pueblo mexicano sigue caminando con la esperanza siempre viva de convertirse en ese país digno, próspero y justo que millones soñamos desde generaciones.
Las marchas, los paros, los bloqueos carreteros y las protestas no son capricho, son síntomas de un país enfermo, señales claras de un malestar profundo que no puede seguir ignorándose.
Cada manifestación es un diagnóstico social que evidencia la falta de atención a demandas históricas como el campo, la salud, la educación y la infraestructura.
Pero también hay males más silenciosos que, por años, han frenado el desarrollo nacional, la corrupción, el compadrazgo y la falta de transparencia. Estos tres factores han sido los cómplices permanentes de la desigualdad.
Cuando los puestos se reparten por amistad y no por capacidad, cuando los recursos públicos se manejan sin claridad, cuando la corrupción se normaliza, el país entero pierde: se frena la justicia, se debilita la confianza y se limita el progreso real de un país.
Quienes legislan, quienes gobiernan y quienes administran recursos públicos no pueden seguir delegando culpas al vecino, al adversario político o al pasado.
Hoy la responsabilidad es de ellos, escuchar, leer la realidad sin filtros y reconocer que México está gritando por resultados tangibles, especialmente en seguridad, salud y transparencia, tres áreas donde la deuda es enorme y el costo social, incalculable.
La polarización nunca ha resuelto un problema nacional. México ha tenido oposición en todos los tiempos, y la pluralidad siempre ha sido parte de su fuerza.
Sin embargo, dividir instituciones, enfrentar a ciudadanos y debilitar los puentes del diálogo solo beneficia a intereses personales, nunca al bien común.
La historia demuestra que un país dividido, opaco y atrapado en redes de favores es un país más vulnerable.
Por ello, es urgente cambiar la narrativa y, sobre todo, cambiar las prácticas. Dejar atrás los discursos triunfalistas, las justificaciones interminables y los señalamientos que ya cansaron a la ciudadanía. México no necesita más retórica, necesita acciones claras, instituciones transparentes, combate real a la corrupción y decisiones firmes que prioricen al país sobre cualquier privilegio.
Porque lo que verdaderamente lastima a México no es la crítica, ni la protesta, ni la diversidad de opiniones.
Lo que lo daña es la corrupción, el compadrazgo, la opacidad y la incapacidad de mirar más allá de intereses particulares.
Es tiempo de reconstruir desde la concordia, la paz y la responsabilidad.De escuchar más y dividir menos.
De actuar con la seriedad que demanda un país que, pese a todo, nunca ha dejado de creer en su propio futuro.
Queremos un México fuerte y con un cambio profundo en sus instituciones, solo así seremos progreso.