Por: Rogelio Lizcano Hernández
“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero”: 1ª. Carta a Timoteo 6:10
Vivimos en un mundo en el cual la medida para valorar a las personas es el dinero y con ello se trastocan los auténticos valores humanos, tales como; la honestidad, la responsabilidad, la autenticidad, la sinceridad. Hemos llegado a tal grado, como sociedad, que se admira a los políticos corruptos o a los narcotraficantes, siempre y cuando tengan dinero. Pero, lo peor es que la ambición desmedida por acumular fortuna, frecuentemente atrae cada vez mayores problemas.
Todo lo anterior viene a cuento, porque el presidente López Obrador ha utilizado el término “aspiracionista”, el cual, desde mi punto de vista, ha sido mal interpretado por las personas, sobre todo, por las integrantes de la denominada clase media de nuestro país.
Una cosa es que todos deseemos superarnos en la vida a través del estudio, del trabajo, de la constancia, del ahorro, de la disciplina para ascender en la escala social y poder prodigar un mayor bienestar a nuestra familia, lo cual no solo es válido sino aún deseable y otra muy diferente es ambicionar lograr todas estas cosas mediante el camino fácil de la corrupción, del engaño, de la simulación o que comprometamos nuestras finanzas, nuestro patrimonio, con tal de llevar un tren de vida que no corresponde con nuestros ingresos, que gastemos más de lo que ganamos para aparentar ser de una clase social más elevada que la que nos corresponde.
Anoche estaba viendo por TV un programa especializado en finanzas donde el invitado especial fue el director de la Comisión Nacional para la Defensa de los Usuarios de los Servicios Financieros (CONDUSEF), Oscar Rosado Jiménez, quien habló acerca de un nuevo síndrome denominado “Estrés financiero,” que no es otra cosa que la angustia de cargar con una deuda impagable. Mencionó que este fenómeno se observa en todo el mundo y aún en los países más desarrollados. Las estadísticas demuestran que en los EE.UU., por ejemplo, un 47% de las personas encuestadas padecen de este problema, es decir, el gastar más de lo que se ingresa y recurrir al crédito para llevar una vida que no les corresponde. En nuestro país es del 37%.
Otros, en lugar de endeudarse, recurren al fraude para hacerse de más dinero a costa de sus clientes o de terceras personas. Por ejemplo, el médico que recomienda una operación innecesaria y que hará gastar más a su paciente o el patrón que escatima el sueldo adecuado y las prestaciones laborales a sus empleados y trabajadores o el contribuyente que evade el pago riguroso de sus impuestos al fisco, o el empresario que hace sus negocios a la sombra del poder público, mediante el conflicto de intereses y el abuso del poder político.
Es decir, el aspiracionista es aquél individuo que busca destacar económicamente y que no le importa aún pasar por sobre el interés de otras personas, con tal de lograr su egoísta propósito. Es un tipo individualista, egoísta, insensible a las necesidades de los demás y que carece de solidaridad social. Es un personaje que piensa que los pobres lo son porque son flojos y ni por un segundo le pasa por su mente que la mayoría de ellos no han tenido las mismas oportunidades de otros para superarse y tener un empleo digno y remunerativo. El aspiracionista desprecia a los pobres y trata a toda costa de subir en la escala social hasta convertirse en un “fifí”, es decir, en una persona rica o parecerse lo más posible a ella sin importar pasar por encima de otros o de comprometer sus finanzas a cambio de ser reconocido como un triunfador.
A esos aspiracionistas son a quienes aludió el presidente, a quienes están en contra de la 4T, porque prefieren una sociedad dividida en clases donde, desde luego, ellos pertenezcan a las clases privilegiadas. A los que carecen de sensibilidad hacia las necesidades de las clases marginadas y de solidaridad hacia ellas y que quieren permanezca inalterable el statu quo que los beneficia a ellos exclusivamente.