MetroRed en la Huasteca: el valor de lo público sobre ruedas.

Por Adrián García Reyes.

Hablar de subsidios en México es casi siempre entrar en terreno hostil. Durante décadas, los gobiernos neoliberales nos repitieron que subsidiar era “tirar dinero”, que lo correcto era dejar que el mercado decidiera. Pero la realidad se empeña en contradecir esas recetas: en un país donde más de un tercio de la población vive en pobreza, dejar todo en manos del mercado equivale a condenar a millones a sobrevivir en condiciones indignas.

Moverse en México es caro. Muy caro. Según el INEGI, las familias más pobres destinan alrededor del 35% de su ingreso mensual solo para pagar transporte, mientras que las más ricas gastan apenas un 10%. Esa diferencia lo dice todo: los que menos tienen pagan proporcionalmente más por el simple derecho a desplazarse.

En la Ciudad de México, un trabajador puede perder hasta 4 horas diarias en traslados; en la Huasteca Potosina, aunque los tiempos son más cortos, la situación no es mejor: los camiones son viejos, inseguros y caros; en muchos casos, el transporte público es tan ineficiente que la gente opta por caminar kilómetros bajo el sol o pagar taxis que se llevan buena parte del ingreso semanal.

Frente a esa realidad, el subsidio al transporte no es un lujo ni es dinero público tirado a la basura: es un mecanismo de redistribución que devuelve tiempo, dinero y, sobretodo, dignidad.

En la ciudad de San Luis Potosí, cuando el sistema MetroRed arrancó lo hizo con una inversión inicial de alrededor de 500 millones de pesos y la promesa de un servicio 100% gratuito. Hoy, en apenas unos años, ha brindado más de 13 millones de viajes, lo que equivale a un ahorro colectivo de unos 160 millones de pesos para las familias potosinas. En Ciudad Valles, con la reciente puesta en marcha de MetroRed, se habla ya de un sistema de transporte público gratuito que ha revolucionado la forma en que miles de personas se mueven todos los días.

En la práctica, esto significa que una madre que vende comida en la calle ya no tiene que gastar 70 pesos diarios, o más, en pasajes para moverse con sus hijos. Que un estudiante puede llegar a tiempo a clases sin pedir “raite”, que una persona con discapacidad puede subir a una unidad diseñada para ella, con rampas y espacios accesibles.

La primera línea fuera de la capital contempla estaciones iluminadas, seguras y con accesibilidad universal. Y lo más innovador: todas las unidades son eléctricas, lo que reduce emisiones contaminantes y marca un giro ecológico en una región donde lo ambiental suele estar en segundo plano.

No son solo datos técnicos. Son transformaciones concretas en la vida diaria de la gente.

El filósofo Henri Lefebvre hablaba del derecho a la ciudad como la posibilidad no solo de habitarla, sino de disfrutarla en igualdad de condiciones. Y la movilidad es la llave de ese derecho.

En México, la desigualdad urbana se refleja en los trayectos: mientras en las zonas ricas abundan ciclovías, transporte eficiente y calles seguras, en la periferia y en las regiones rurales la gente se juega la vida para llegar al trabajo o a la escuela.

MetroRed, al ofrecer viajes gratuitos y estaciones accesibles, abre la puerta a que el derecho a la ciudad deje de ser un privilegio y se convierta en una realidad compartida.

La frase que da título a esta columna, del imaginativo de Sir Isaac Newton, dice : “Si he visto más lejos es porque estoy sobre hombros de gigantes” y que suele citarse en contextos científicos, sirve para pensar en lo que significa MetroRed.

El gigante aquí no es un político ni un logo pintado en las estaciones: el gigante es lo público. Es la decisión colectiva de un Estado que asume que la movilidad no puede depender del tamaño de la cartera, sino que debe garantizarse como derecho.

Cada viaje gratuito en MetroRed es un recordatorio de que lo público aún tiene fuerza, que puede sostener sobre sus hombros a estudiantes, trabajadores, madres solteras y adultos mayores, dándoles un poco de lo que el mercado nunca les dará: igualdad.

Por supuesto que sería ingenuo pensar que todo está resuelto. Los subsidios son tan necesarios como frágiles.

La verdadera pregunta no es si MetroRed puede sostenerse en el tiempo, sino cómo lograr que así sea. La continuidad de un sistema de transporte gratuito, moderno y accesible no debería depender del signo político de cada administración, sino consolidarse como una política pública de largo plazo.

Eso implica, al menos, tres retos: asegurar su financiamiento con transparencia, extender sus beneficios a las comunidades más apartadas y garantizar que se articule con otros sistemas de movilidad, urbanos y regionales.

Si se logra, MetroRed dejará de ser un proyecto emblemático de una gestión para convertirse en un derecho ganado y exigible por la ciudadanía. Y ese es el verdadero desafío: que lo que hoy parece innovación se convierta en costumbre, y que la gratuidad y dignidad en el transporte público dejen de ser noticia para convertirse en parte de la normalidad democrática.MetroRed no resolverá por sí solo la desigualdad histórica de la Huasteca ni eliminará la pobreza que lastima a México. Pero sí representa un horizonte distinto: la prueba de que el Estado puede garantizar derechos.

Un transporte gratuito y digno no es un regalo: es un acto de justicia social. Y cuando funciona, permite que quienes han cargado siempre con el peso del país puedan, al menos por un momento, subirse a hombros de gigantes.