Por: Alma Gutiérrez Ibarra
Noviembre 14, 2019
Para quienes ejercen el periodismo en México, la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República representó, con el paso del tiempo, un retroceso que no debe pasar desapercibido para nadie. Sobre todo por el tinte antidemocrático y persecutorio que toman cada día las declaraciones del propio Andrés Manuel, y en consecuencia, de la mayoría de los funcionarios de su gobierno y hasta de los que no lo son, como el caso de la recién electa presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra Ibarra.
¿Han matado periodistas? Contestó a los cuestionamientos de la prensa apenas unos minutos después de rendir protesta, lo cual evidenció la postura del actual Gobierno de México que lejos de marcar la transformación que quiere hacerse en el país, enfatizó la cultura presidencialista que ahora los caracteriza.
Resulta inadmisible que quien va encabezar un organismo garante del irrestricto respeto a la libertad de expresión se exprese con tal desconocimiento, especialmente cuando en el país se asesinó solo en el primer año del nuevo gobierno, a 15 periodistas. Dicen, es la cifra más alta registrada para el inicio de un mandato presidencial.
No es necesario hacer un análisis profundo o a detalle de las incontables ocasiones en las que el presidente o sus funcionarios, emiten un discurso agresivo y despectivo para referirse a la labor periodística en el país. A diario, las expresiones “prensa fifí”, “fantoches”, “conservadores” o “hampa del periodismo” son parte del guión de las “mañaneras” del presidente y sin ningún empacho, el titular del Ejecutivo Federal considera a pesar de sus discursos que es respetuoso de los periodistas.
Claro es que si se busca ser el dirigente de un país donde se privilegia la democracia es indispensable dar ese reconocimiento a la prensa, y hasta promover, condiciones para que ejerzan su profesión de manera libre, hechos que desafortunadamente están lejos de suceder en nuestro país.
La libertad de prensa y de información son elementos que van de la mano con una democracia saludable, siempre y cuando no exista temor a las represalias o a ser perseguidos ni por el Estado ni por cualquier otra fuerza política. No es nada democrático intentar callar voces y ensalzar aquellas que los adulan así como también se debe garantizar el derecho de los ciudadanos a elegir sus fuentes informativas como que mejor le parezca.
Es así, que nos debe resultar preocupante que la llegada de un presidente fuera de las esferas de poder de antaño no sugiera un avance en el ejercicio de la libertad de expresión, mucho menos por la poca tolerancia y la sensibilidad exacerbada de López Obrador ante la crítica mediática. Desgraciadamente también en este renglón el único ganador es siempre el presidente: los periodistas lo aman o lo odian, igual como sucede en el país creando esa polarización que tanto le beneficia.
Dentro de ese juego, Andrés Manuel critica el presidencialismo del PRI y del PAN, pero creó el propio; dicta líneas editoriales, descalifica a quienes no están de acuerdo para legitimar sus alianzas y señalar sus enemistades. Para el presidente hay dos prensas: lo que cree que están con él y los que están en su contra. Y ese no es un campo fértil para una prensa libre.