Toño Martínez
Junio 18, 2019
A sus 63 años, María González es una víctima más de un México terriblemente desigual.
Falda negra hasta el tobillo, blusa blanca, más grande que su talla y unos huaraches desgastados, cubren el cuerpo de la mujer menudita, tal vez de 1.50 metros de estatura, rostro surcado por arrugas que le dan una apariencia de mayor edad, y una sonrisa que deja ver la falta de piezas dentales, la menudita mujer va de timbre en timbre o tocando puertas preguntando: “¿No tienes trabajo de limpiar tu casa o de lavar ropa?
Se llama María, María González y sale muy temprano de su humilde casa por el rumbo de la colonia “Plan de Ayala”, frente al ingenio azucarero, con apenas una taza de café negro y un pan como desayuno o almuerzo.
Toma un autobús urbano abriendo una minúscula cartera de charol desgastado para juntar los 9.50 que cuesta el pasaje. Mira al interior y ya no le quedan más que cuatro pesos que no le alcanzarán para otro boleto.
Baja en la zona centro de Ciudad Valles, y desde ahí, a pie, sin importarle el sofocante calor que a las 9 de la mañana ya es intenso, recorre las calles ofreciendo sus servicios.
María tiene hijos pero como dice: “Ya ve como son, nomás crecen y se van; ya ni se dónde andan porque no me van a ver”.
“Estoy sola y como no me ayudan, tengo que salir a buscar trabajo lavando ropa o limpiando casas”, relata.
“Solo así saco para comprarme tortillas, un queso o frijolitos y chile; la leña para prender el bracero “ dice en un tono un tanto desanimado pero firme.
De un tiempo para acá, comenta, ya no hay mucho trabajo en las casas ricas y entonces me voy a los fraccionamientos a ver si me dan quehaceres.
“Una señora de la colonia Mirador, me dijo que si necesitaba quien le ayudara al aseo, pero que como ahora la ley dice que tienen que contratar a los empleados domésticos y darles seguro, vacaciones y no sé cuántas cosas más, pos no se arriesgan”.
Además “tú ya estás muy vieja para esas cosas… no te me vayas a enfermar o morir, estas muy flaca”.
Descansa sobre el rodete de un árbol en la banqueta, mirando sin ver hacia uno y otro lado de la calle.
María, es un ejemplo más del México terriblemente desigual que tenemos; ella no sabe de programas oficiales de apoyo con becas, ni de derechos y garantías al trabajador.
Es de quienes son relegados de cualquier actividad por su edad y se ven obligados a desplazar sus cansados cuerpos en busca de “lo que sea” para poder comer.
Es un producto más del México injusto, el de los extremos con gente de fortunas enormes en unas pocas manos, y millones que apenas sobreviven.
Ese día, María solo pudo conseguir una barrida de calle, frente a una lonchería por lo que recibió 70 pesos.
De esa cantidad descontó 9.50 para el autobús de regreso a su refugio, donde otra vez encendió leños, puso la jarra tiznada para calentar el café; bajó de un trastero desvencijado un envoltorio de tortillas duras, restos de arroz que había cocinado el día anterior, comió y se durmió cansada sobre un viejo sofá al que había puesto dos blocks de concreto porque no tenía patas; mañana, si quería comer, tenía que comenzar la misma rutina, caminar, buscar, ver caras a veces duras… o no comía.