Toño Martínez
Octubre 18, 2019
Decía Winston Churchill que “El que se arrodilla para conseguir la paz, se queda con la humillación y con la guerra”, una verdad irrefutable, y el presidente Andrés Manuel López Obrador nos acaba de dejar con ambas cosas.
La extrema debilidad de estadista que evidenció frente a la espantosa jornada de violencia que vivió Culiacán, Sinaloa el jueves 17, tras la detención de Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán preso en Estados Unidos, dejó al país en la vulnerabilidad e incertidumbre frente embates de la criminalidad.
Su alucinado discurso buscando ser “diferente”, de “abrazos no balazos”, “perdón y olvido”, “son también seres humanos”, “les vamos a decir a sus mamacitas” y el chistorete burdo del “guácala y fúchila”; el dejar en la impunidad agresiones contra las fuerzas armadas y las policías, tolerar a los encapuchados que destruyen bienes nacionales y comercios, que bloquean carreteras y caminos, tuvo su epílogo más trágico en Culiacán.
Difícil de entender ni con ecuaciones cuánticas, como es que se vio obligado a dejar en libertad al detenido; porque que el Gabinete de Seguridad consideró que era lo mejor “para preservar la vida; que estaban en riesgo muchos ciudadanos… muchos seres humanos y se decidió proteger la vida de las personas. No se trata de masacres, eso ya se terminó; no puede valer más la captura de un delincuente que la vida de las personas”.
Andrés Manuel simplemente se lavó las manos para librarse de la condena pública, al trasladar el peso de esa decisión al Gabinete de Seguridad, diciendo que él solo la respaldo.
Para el ciudadano común, el de a pie, el empresario, el profesionista, el ama de casa, el trabajador, ambulante, industrial, el estudiante, el productor del campo o el transportista, taxista o raspero, López Obrador se rajó ante la delincuencia, se rindió; y eso de que fue para evitar más derramamiento de sangre a nadie convence.
Si fue superado por los grupos armados en el operativo para la captura de Ovidio, fue por su culpa como jefe máximo de los cuerpos de seguridad.
No hubo planeación, estrategia ni organización y por eso el sitio a Culiacán, el terror de los niños y de la gente, los muertos y los heridos.
El Ejército, La Marina, la Policía Federal, la Guardia Nacional son los menos culpables; solo obedecen órdenes.
Se le olvidó también -porque no creo que no lo sepa-, que el Artículo 88 de la Constitución Política de México, establece en el apartado VI, que una de las obligaciones del presidente de la República es “Preservar la seguridad nacional, en los términos de la ley respectiva, y disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente o sea del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación”.
Lo sucedido dejó hasta entre sus fieles seguidores un sabor amargo, de rabia, ánimo de impotencia, de miedo y de coraje porque si Andrés Manuel entregó Culiacán a delincuentes, ¿qué estado o ciudad está a salvo de que no ocurra lo mismo en cualquier momento?
¿Se puso a analizar también – seguro que no-, en la imagen de México que deja en el exterior, entre los inversionistas y turistas con planes de invertir o venir a dejar divisas que propicien empleo y economía?
Ese golpe que le dio al país, tendrá muchas más repercusiones negativas de lo que pudiera pensarse.
Andrés Manuel tiene todavía 5 años para remendar las roturas que le ha hecho al país en tan solo uno. Pero que se ubique, que pase de las ideologías fantasiosas a la realidad descarnada de la nación que Gobierna y que si alguna vez le dio esperanza, ahora la hunde en la desesperanza.