Por: Profr. Marcelino H. Martínez
Durante décadas, ser hombre fue sinónimo de dureza, silencio y responsabilidad absoluta. Un molde rígido que, en lugar de formar carácter, muchas veces formó heridas. Hoy, en pleno siglo XXI, ese modelo comienza a quedarse pequeño frente a una realidad que exige humanidad antes que fuerza, y conciencia antes que orgullo.
A muchos hombres les ha pesado más la expectativa que la identidad. Crecer con la idea de que deben soportar todo sin quebrarse, que pedir ayuda es debilidad y que mostrar emociones es traicionar su “hombría”, ha limitado generaciones enteras. Ese mandato silencioso ha construido muros en lugar de puentes, dejando a muchos luchando por dentro mientras aparentan fortaleza por fuera.
Sin embargo, las nuevas masculinidades abren una rendija necesaria, permitirnos dejar atrás la vieja creencia de que “los hombres no lloran”. No solo es una frase dañina, es una condena emocional. Los hombres sienten, sufren, aman y temen. Reconocerlo no los hace menos; los hace más completos.
Hoy, el verdadero desafío es aprender a cuidarse para poder cuidar.Un hombre que escucha sus emociones, que reconoce sus límites, que acude a terapia cuando lo necesita, que abraza sin vergüenza y pide perdón sin temor, se convierte en un mejor compañero, padre, amigo y ciudadano. La autoconciencia y la empatía ya no son opcionales, son herramientas de supervivencia en una sociedad que exige relaciones más sanas.
El ejemplo que dejemos a los niños y jóvenes es crucial. Enseñarles que ser hombre no significa levantar la voz, sino levantar valores. No es competir por ver quién domina, sino colaborar para construir entornos más justos. Ser hombre es ser responsable, sensible, respetuoso y capaz de ejercer la fuerza más difícil, la fuerza interior para actuar con coherencia.
Si hoy pudiéramos dirigir una sola frase a los hombres, sería ésta:“Ser hombre no se trata de cargar con todo, sino de caminar con humanidad, verdad y el corazón abierto.
”El Día del Hombre no busca exaltar privilegios; busca reflexionar sobre las cargas, sanar lo que se heredó y reconocer que la masculinidad también merece ser repensada. Porque cuando un hombre se permite ser completo, la sociedad entera avanza.