Toño Martínez
Diciembre 11, 2019
¿Se vale?, ¿Se justifica que en aras de la libertad artística, de una presunta defensa de la diversidad sexual a través de los pinceles, un pintor ridiculice al máximo héroe de la Revolución Mexicana, Emiliano Zapata Salazar plasmándolo desnudo, con sombrero color de rosa, zapatillas tacón de aguja, en una pose afeminada y con un listón de los colores de la patria en un brazo, montado sobre un corcel con el falo erecto sea expuesta en el máximo recinto de la cultura, el Palacio de las Bellas Artes?
Había necesidad en el México convulso, confuso y confrontado actual, de que esa corriente de ocurrencias absurdas y alucinadas del gobierno de la 4T utilizara la pintura del chiapaneco Fabián Chairez y metiera más fuego al asador provocando la ira justa de una gran parte del pueblo al utilizar esa obra denominada “La Revolución” (pintada en 1985) en el cartel alusivo a la exposición “Zapata después de Zapata”.
No, no es justo ni sensato que tanto la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes Lucina Jiménez, como la misma secretaria de cultura Alejandra Frausto Guerrero, hayan provocado un enfrentamiento entre familiares de Zapata y campesinos contra integrantes de la comunidad lésbico-gay – que además puede agravarse- por no medir las consecuencias de la exposición del cuadro desfigurado de Zapata, sabiendo- bueno eso creo-, que es la figura mexicana revolucionaria más admirada dentro y fuera del país.
Dejemos de lado la sexualidad de Zapata Salazar que para su familia nunca estuvo en duda.
Su herencia de lucha, su historia es lo que cuenta.
El Emiliano Zapata que no tuvo miedo de enfrentarse al poder de los conservadores brutales que tenían pisoteado al humilde, al indígena, al campesino especialmente durante el Porfiriato cuando no contaban como personas sino como número remplazables.
El Emiliano Zapata de las 9 mujeres – o 35 como afirmaba su hermana menor, Matilde-, 15 hijos y 39 nietos.
Emiliano el controvertido macho mexicano que a pesar de sus amoríos con María Josefa Espejo Merino, Margarita Sáenz Ugalde, Petra Portillo Torres, María de Jesús Pérez Caballero, Georgina Piñeiro, Gregoria Zúñiga, Luz Zúñiga, Agapita Sánchez y Matilde Vázquez, siempre volvía al lado de su esposa Inés Alfaro Aguilar y defendió ese hogar a capa y espada.
Emiliano el que parecía empeñado en cumplir al pie de la letra el mandato bíblico del Génesis “Creced y Multiplicaos”, pero sobre todo el Emiliano Zapata que dejó el conformismo –al fin y al cabo vivía bien para su tiempo y entorno-, enardecido y adolorido por el sufrimiento y la miseria del pueblo por la tiranía de los políticos, emprendió la lucha revolucionaria por Tierra y Libertad, Justicia y Paz.
Aquel que ostentaba que: “Si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el Gobierno”, el que cuando el 16 de diciembre de 1914 ingresó a la Ciudad de México junto con Francisco Villa, en la aparente culminación de las batallas y rechazó sentarse en la silla presidencial como le sugería éste porque dijo “Yo no me puedo sentar en esa silla porque está embrujada; y quien se sienta ahí pierde la razón, y pierde el sentido de quien lo trajo aquí’”.
De ese tamaño era el ideal y compromiso de Emiliano Zapata con el pueblo, no con el poder.
Zapata está por encima de cualquier juicio y menos de ridiculizaciones.
Zapata respetaba a todos, era parejo en búsqueda de la igualdad y si en ese entonces la comunidad lésbico-gay saliera a demandar sus derechos la hubiera apoyado.
La confrontación de ahora no cabe porque para la historia no importa si se cuestiona o no la sexualidad de Zapata; para la historia cuenta y vale su legado.
Ojalá y que para este vienes 13, cuando la comunidad LGBTTI convoca a una defensa de la pintura y de su autor Fabián Chairez frente al Palacio de Bellas Artes, no llegue la sangre al rio, porque los familiares de Zapata insisten en que se retire.