Por: Octavio César Mendoza
Diciembre 3, 2025
Para ser Secretario General de Gobierno se necesita, antes que nada, no aspirar a suceder al jefe. Así es como se puede llevar a cabo esa labor donde el equilibrio de las fuerzas políticas, sociales y económicas depende del punto que las une, el diálogo, y no de la emoción aspiracionista o protagónica del interlocutor. De su posición de segundo a bordo depende el buen comportamiento de los marineros y la seguridad del barco para que el Capitán pueda guiarlo hacia su destino con precisión, siguiendo la ruta diseñada.
Un Secretario General de Gobierno es, además, un escudo de la investidura de su jefe con doble vista: del lado convexo (expuesto ante la opinión pública y la crítica) actúa como pararrayos; en tanto que del lado cóncavo (dialógico, analítico, coyuntural) sirve como paracaídas. Lo que lo eleva también lo frena en su caída, para así mantener la planeación destinada a cumplir un ciclo bajo estándares de eficiencia y control. Para quienes colaboran cerca de un personaje de tal importancia, la gestión diaria de los conflictos determina que éstos nos se agolpen a las puertas del Palacio y de los otros dos poderes del Estado.
Un Secretario General de Gobierno no sólo se ocupa de defender al jefe de los ataques públicos sino, también, de las tenebras privadas, a la par de representar los intereses gubernamentales y tutelar las diligencias jurídicas que ha lugar en su tenor de testaferro y terratenientes. Eso lo asemeja con un guardián del trono.
Pero las analogías no paran: cocinero de las políticas públicas, operador de la maquinaria institicional, líder debajo de la sombra del líder, ecuánime y polivalente, un Secretario General de Gobierno es el agente neutralizador que se sienta a platicar con Dios y con Lucifer para que ambos acuerden las reglas, herramientas y tiempos de la batalla, o sumen coincidencias para llegar a acuerdos, por más contradictorio que esto parezca.
Cuando un Secretario General de Gobierno es bueno, se nota en que no se nota su trabajo porque todos los actores invitados a la mesa de lo públoco llevan la fiesta en paz; pero cuando es malo, se nota aunque se quiera atrincherar en su oficina. De ahí que la inteligencia, la zagacidad y la prudencia sean las flechas doradas de su carcaj y las utilice con habilidad para evitar el desgaste o las contrariedades.
Existe la posibilidad de que un Secretario General de Gobierno concluya su encargo al mismo tiempo que su jefe, siempre y cuando en el transcurso de los años se haya vuelto sabio, mesurado, humilde y generoso, además de habilidoso y contundente.
De él depende la Gobernabilidad, por lo que debe tener temple para auto gobernarse. De él depende la renovacion del pacto social, por lo que es menester que renueve y actualice sus ideas. De él depende que la sociedad se sienta segura, por lo que su propia persona requiere de firmeza y determinación.
Un Secretario General de Gobierno no es un monolito incólume, y tampoco un ser humano demasiado sensible. Lo suyo, lo suyo, es el punto medio, la preservación de estatus quo, la visión a largo plazo donde las leyes se aplican sin abuso de autoridad, pero también sin falla, y donde el sentimiento de justicia contribuye a mantener un tejido social saludable.
Solo una persona racional y cuerda sabe valorar el trabajo intelectual, y en buena medida esa es la chamba principal de un Secretario General de Gobierno: pensar, reflexionar, ordenar el caos, armonizar las voces, hacer respetar la inteligencia como un elemento crucial en la toma de decisiones. Y para ello resulta obligatorio leer, informarse, pedir opinión, estudiar y realizar un análisis interpretativo de la realidad para que esta se ajuste a los parámetros legales y de convención social que nos regulan.
Por ello su aparato de colaboradores, además de la necesaria y absoluta lealtad, debe poseer una alta capacidad intelectiva para comprender el ecosistema social más complejo de todos: el de las sociedades multidiversas, heterogéneas y cambiantes.
A lo largo de los años, los potosinos hemos sido testigos del proceder de muchos personajes que han ocupado la silla de la gobernanza, con diferentes estilos y personalidades: algunos duros, o muy discretos, otros blandos y alguno más desaforado o inexperto. Se dice que si como Gobernador colocas a un amigo en la titularidad de la Secretaría General de Gobierno, debes tener absoluta seguridad de que el elegido es el más competente de tus amigos, y que su principal obligación será (porque se la irá ganando) que no te hagas de más enemigos.
La idea es mantener la marcha hacia la meta, que es asentar tu Plan de Gobierno sobre tierra firme; tan firme que ningún terremoto político provoque su derrumbe, y que incluso si no se logra la continuidad del mismo, tengas la posibilidad de ver hacia el futuro su permanencia y trascendencia.
La suma de todo esto que aquí comento, es algo que he logrado apreciar y valorar en algunos personajes que han ocupado este complicado encargo. De su atenta observación, así como del actuar de sus jefes, se puede deducir lo que será el futuro cada vez más inmediato del final de un sexenio, el cual concluye psicológicamente cuando arrancan las campañas de sucesión, aunque a veces se extienden en el horizonte de los maximatos.
Qué espíritu prodigioso, qué fuerza mental y qué capacidad física se requieren para sostener la traslación del inicio a la conclusión de un encargo donde sólo el trabajo bien hecho permite la supervivencia; pero, también, qué enorme satisfacción la de cerrar la puerta del Palacio de Gobierno cuando ya no hay nadie, cuando el silencio de la noche permite pensar en lo siguiente: «Qué haya paz el dia de mañana, y gracias por la labor del día de hoy». Sí, así como lo hace J. Guadalupe antes de reunirse brevemente con su familia, porque de su trabajo también depende la tranquilidad de ellos en buena medida, al igual que la tranquilidad de cientos de miles de familias.