Perspectivas académicas sobre la crisis climática: ciencia, política y justicia

Este trabajo es el resultado del ensayo en el curso “Sistemas Ambientales Complejos” y fue escrito por los alumnos de la Maestría en Ciencias Ambiental del Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica A.C. (generación 2025-2026) bajo la dirección del Dr. David Douterlungne.

Corpus-Hernández, Marcela Leticia; Duarte-Pereira, Junior Vanderlei; Enciso de la Torre, Andrés Flores-Macías, Helen Virginia; Gallegos–Vieyra, Ismael Eduardo; Garza-Martínez, Ximena Guadalupe; Hernández-González, César Eduardo; Mata-López, Azalia Ixchel; Montalvo-Esquivel, Melina; Morales-Aranda, Andrea; Moreno-Cárdenas, Ximena Guadalupe; Reyes de la Rosa, Ashley; Sosa-Toledo, Gretter y Tapia-Velazquez, Annalie, David Douterlungne

El cambio climático: la alarma que no deja de sonar

El cambio climático global, un efecto antropogénico causado por los gases de efecto invernadero (GEI) liberados principalmente por la quema de combustibles fósiles, ha elevado la temperatura terrestre con aproximadamente 1.1 °C desde la revolución industrial. Cruzar el umbral de 1.5 °C desencadenaría cambios irreversibles: alteración de corrientes oceánicas, extinción de arrecifes de coral, transformación de la Amazonía en sabana, derretimiento del permafrost y el hielo de Groenlandia, elevando el nivel del mar hasta 7 metros. También se intensifican eventos extremos como inundaciones, sequías y olas de calor que incendian bosques y arruinan cosechas. Esto reduce y encarece el acceso al agua, a los alimentos y a la salud, aumenta el riesgo de pandemias y acelera la pérdida de biodiversidad, proyectándose la extinción de un millón de especies en los próximos 25 años.

Bajo este escenario, la economía global sufrirá pérdidas estimadas entre el 1% y el 3.3% del PIB mundial para 2060, equivalente a la economía de México, y hasta un 10% para 2100, comparable a la economía de Estados Unidos. Invertir en adaptación es crucial, ya que cada peso destinado a ello puede evitar daños futuros por un valor diez veces mayor. Esta crisis impacta primero y de forma desproporcionada a las regiones más pobres, profundizando la desigualdad entre el Norte y el Sur Global. Los países desarrollados, principales emisores históricos, son los menos afectados inicialmente, mientras que naciones con menor responsabilidad, como las de América Latina, enfrentan los daños más severos a pesar de ser responsables de solo el 11% de los GEI.

Frente a esto, las Conferencias de las Partes (COPs) de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático son el principal espacio de negociación internacional. Los acuerdos más relevantes incluyen el Protocolo de Kioto (1997) y el Acuerdo de París (2015), que busca limitar el calentamiento a menos de 1.5 °C. Aunque la quema de combustibles fósiles genera el 64% de las emisiones, no fue hasta la COP28 en Dubái (2023) que se mencionó por primera vez la necesidad de reducir su uso progresivamente. En años recientes, se han logrado avances en movilizar flujos financieros del Norte al Sur Global para mitigación, adaptación y compensación por pérdidas y daños, aunque estos fondos siguen siendo en gran parte voluntarios e insuficientes.

La COP30, celebrada en noviembre en Belém, Brasil, se centró en implementar acciones mediante el concepto de «tarea colectiva» e incorporó más la voz de los pueblos indígenas. Se acordó triplicar el fondo de adaptación para 2035 y se lanzó la iniciativa Fondo de Bosques Tropicales para Siempre, que reunió 6.7 mil millones de dólares, una fracción de la meta original. Junto con otros mecanismos, se diseñó una hoja de ruta para movilizar 1.3 billones de dólares hacia el Sur Global. Sin embargo, la conferencia no cumplió las expectativas, al no trazar un plan para abandonar los combustibles fósiles, pese a la presión de más de 80 países. Los compromisos nacionales actuales solo reducen emisiones entre un 12% y 15% para 2035, lejos del 60% necesario. Además, Estados Unidos, el mayor emisor, no envió delegación oficial, y el presidente Trump amenazó con imponer aranceles a países que apoyen la reducción de combustibles fósiles.

México ha participado activamente en las COPs, proponiendo metas ambiciosas como reducir más del 50% de sus emisiones, incorporar justicia eco-social y proteger comunidades vulnerables. No obstante, su implementación es insuficiente y depende de inversión internacional. La crítica principal es su alta dependencia de combustibles fósiles, que sigue recibiendo la mayor inversión pública, lo que lo posiciona en el lugar 31 entre los 66 mayores emisores globales en cuanto a sus esfuerzos nacionales para mitigar el cambio climático (CC). Sin embargo, llegó a la COP30 con una actualización de sus compromisos que le permitió ascender 8 lugares en el ranking con respecto al año anterior.

En conclusión, el planeta funciona como un sistema y un calentamiento de más de 1,5 °C implica cruzar umbrales irreversibles: la tala de bosques altera el clima mundial, el aumento de GEI y el CC acidifica los océanos y mata arrecifes, derrite los polos e inunda costas. Estamos al borde de desencadenar una crisis global irreversible, que afecta primero a los más vulnerables y menos responsables. Aunque las COPs han logrado avances, como financiar energías limpias, estos son insignificantes, pues se sigue invirtiendo más de un billón de dólares en subsidios anuales a combustibles fósiles (un monto mayor a la inversión en energías limpias), una dinámica que se replica en países como México. Es urgente implementar políticas más ambiciosas, basadas en ciencia y justicia ambiental. Las COPs, aunque aún no logran corregir el rumbo para evitar el punto de no retorno, son el único espacio donde las naciones acuerdan y monitorean avances, habiendo ya logrado reducir el calentamiento proyectado para 2100 en un 33%.