Una reforma legislativa con alma huasteca

En la Huasteca potosina, donde la lengua náhuatl convive con los ecos coloniales del español y el polvo del altiplano se mezcla con el aroma a copal, algo se mueve. No es un evento más, ni una ocurrencia decorativa en la agenda legislativa. Es una propuesta que podría marcar un antes y un después en la forma en que entendemos, vivimos y defendemos la cultura.

La diputada huasteca Brisseire Sánchez López presentó una iniciativa que va más allá de una simple reforma legal: propone elevar a rango constitucional el derecho de acceso a la cultura en San Luis Potosí. Y no como un acto simbólico, sino como un mandato claro que reconozca lo que durante siglos ha sido negado, ignorado o folclorizado: que la cultura es un derecho vivo, cotidiano y profundamente político.

Esta iniciativa plantea que los municipios destinen recursos específicos en sus presupuestos de egresos para financiar las expresiones culturales propias de sus comunidades: rituales, celebraciones tradicionales, traducción intercultural, y toda práctica que sostenga el alma de los pueblos originarios. No se trata de “eventos”, sino de preservar memorias, lenguas, tejidos, danzas y saberes desde el ejercicio legítimo del poder público.

En un país donde las culturas vivas muchas veces son tratadas como mercancía turística o como adorno en los informes de gobierno, hablar de derechos culturales desde la Constitución local es, sí, un acto revolucionario. Porque implica pasar del discurso a la acción, y del aplauso oficial a la inversión concreta.

Como bien decía Carlos Fuentes: “La cultura es el territorio simbólico de la libertad”. Pero también es resistencia, identidad, comunidad y dignidad. Y en estos tiempos donde se nos quiere uniformar hasta el pensamiento, reconocer la diversidad cultural como pilar del Estado no solo es justo: es urgente.

Ojalá esta propuesta no se pierda entre comisiones legislativas ni se diluya en tecnicismos. Que no la llenen de cláusulas tibias ni de notas al pie que la desdibujen. Porque lo que se juega aquí es el derecho a seguir siendo, a seguir contando nuestras historias, bailando nuestras danzas, orando en nuestras lenguas y decidiendo cómo queremos habitar el presente.

La Huasteca no está pidiendo permiso para existir. Está alzando la voz desde su raíz. Y con esta iniciativa, lo hace con la fuerza de quien sabe que la cultura no es ornamento: es territorio, es resistencia y es futuro.

Porque como dijo alguna vez un cronista huasteco anónimo: “El pueblo que no canta, que no cuenta, que no baila y que no recuerda… ya no es pueblo.” Y aquí, todavía hay pueblo. Mucho. Y con ganas de ser escuchado.